EL MANSO TRUFFAUT Y GODARD EL INCONFORMISTA

En el primero de los libros que recopila las pequeñas notas que el fallecido escritor Argentino Juan Forn (1959-2021) publicó en el suplemento literario de Página 12 existe una nota dedicada a la enemistad, conocidísima entre Jean Luc Godard y François Truffaut. Forn describe las vicisitudes de la malquerencia resumiéndolas en dos posiciones fundamentales: Godard es el muchachito terrible que ama provocar; a Truffaut en cambio, le gusta agradar.

Nieto de banqueros suizos e hijo de un médico eminente, la vida de Godard es en sus inicios es la vida de un muchacho acomodado. Nunca ha tenido que darse el ser, en términos Sartreanos. Su existencia estaba garantizada por la clase de la que venía y su buena posición económica le permitiría, pensaría uno, dedicarse a lo que quisiese.

Truffaut es la contracara perfecta: hijo de una madre que jamás se preocupó por él y de un padre desconocido; sin abolengo detrás y sin un futuro claro por delante fue recogido por sus abuelos maternos. Como se sabe por varias biografías sobre su vida y por sus propios aportes biográficos era un muchacho que dejo de estudiar a los 14 años y fue sobreviviendo con pequeños trabajos. Le gustaba ya desde chico el cine y la literatura y a los 15 años quiso fundar un cineclub. Lógicamente quebró, no tenía para pagar y lo metieron en un reformatorio porque era menor de edad. Allí fue a rescatarlo un muchacho un poco mayor que él, que escribía sobre cine y se había acercado cuando Truffaut fundó el cineclub en el Barrio Latino. Se trataba de André Bazín, el fundador de Cahiers du Cinema.

El resto de la historia los hace coincidir en el grupo núcleo de jóvenes que rotaban alrededor de la revista y buscaban inaugurar un nuevo cine, la nouvelle vague. Y su relación fue fraternalmente amistosa desde el día que se conocieron hasta el día en que Truffaut tuvo éxito.

El éxito de Godard, temprano en los sesenta, fue decayendo a la categoría “de culto” a la par que crecía la estrella de su amigo, que alcanzaría el premio Oscar a la mejor película extranjera con “La nuit americane” en 1973, un maravilloso y único canto de amor al cine.

Las diferencias que se venían acumulando entre la forma de hacer cine de uno y otro son puestas de manifiesto en una serie de cartas donde uno acusa al otro de “haberse vendido”. La rencilla con todas sus minucias también se encuentra reflejada en la película “Godard, mon amour” (1917) de Michel Hazanavicius que refleja la situación contextual de Jean Luc al momento de acusar a François de buscar agradar a los burgueses con sus películas de romance. Las cartas, terribles, son el testimonio de un duelo de alto voltaje.

Sin embargo, la pregunta inevitable, que late siempre en el fondo de toda disputa es ¿quién tenía razón? Si consideramos que quien tiene razón es aquel que ha sido más fiel a su idea de entender al cine entonces basta examinar las rupturas y continuidades en la filmografía de ambos directores.

Desde mediados de los años 60 las películas de Godard fueron volviéndose más y más experimentales y reflejaban desde la estética el reposicionamiento político del director, que había saltado de una simpatía por los comunistas a una inmersión total en el maoísmo y la extrema izquierda. Los films “Pierrot le Fou” (1965);  “Made in U.S.A” (1966); “Masculino/Femenino” (1966); “Week-End” (1967); y “La Chinoise” (1967) muestran un ímpetu salvaje por desmarcarse de las etiquetas, por ser el distinto de la nouvelle vague, por romper con las estructuras formales del cine desde todos los ángulos posibles: cámara, iluminación, música, ambientación, sonido, y discurso. Hay rebeldía en sus films, y arte, indudablemente tiene el toque maestro de aquellos que hacen un cine distinto. En ese constante huir de todas las etiquetas el revulsivo Godard siempre muestra una cara de permanente enojo contra la clase social a la que pertenece. Los burgueses son el mal, y se encuentran representados a través de ese lente que los vuelve más mezquinos, más miserables, y más idiotas de lo que probablemente son.

De la vereda de enfrente el cine de Truffaut es casi un canto a este estilo de vida. Sus películas desde “Jules et Jim” (1962) en adelante mantienen como leitmotiv el alegre enriedo amoroso sobre el fondo de una ciudad llena de historias. Hay excepciones, claro, son aquellas dedicadas a plasmar algún relato significativo para el autor (Como Bradbury o Henry James) pero esta comodidad de las pequeñas historias alegres es un motivo suficiente para que algunos le den la razón a Godard. ¿Truffaut se ha vendido a la burguesía entonces? En realidad el François de esos años participaba en marchas de izquierda, en reuniones, en charlas, en trifulcas. Colaboraba activamente con las revistas y publicaciones de izquierda y financia incluso algunos diarios. Cree en la participación política activa, entiende la necesidad del cambio social en los convulsivos años que están viviendo, pero ha aprendido a separar sus películas de su accionar como persona.

Godard en cambio, vive exteriorizando su accionar dentro de la política. Él era un burgués de nacimiento y se ha suicidado de su clase social para abrazar con sus simpatías políticas a una clase que no lo necesita: el proletariado. Godard incorpora cada vez más dentro de sus películas un discurso político endurecido (Y no es necesario ir a “La Chinoise” para comprobarlo, todo está ya en “Pierrot” donde Belmondo y Karina montan para un grupo de Norteamericanos a los cuales les van a robar, una obra de teatro sobre la guerra de Vietnam) el cual retoma una y otra vez, con una obsesión creciente, la particularidad de incorporar el discurso revolucionario dentro del guion.

¿Y qué hacía Truffaut mientras tanto? ¿Qué hacía Truffaut mientras los franceses asistían al Mayo del 68? Truffaut hacía películas con un profundo respeto por aquellos a quienes admiraba, pero también por aquellos que hacían posible el tipo de cine que él quería. Entendía con la intuición que solo puede tener alguien que en su vida ha conocido la pobreza, la penuria, el dolor y el hambre, que el cine es cultura, y la cultura es trabajo. Acaso por eso uno de los puntos más resonantes de la lapidaria, terrible, irrespondible carta de respuesta que François le envío a Jean Luc está en ese párrafo donde hablando de una película que este anunció en el 68 (Y nunca rodó) sobre un obrero que conoció en una fábrica de televisores y murió allí como un perro; Truffaut le descarga un golpe mortal para su origen burgués: le dice a Godard “Vos siempre has sido un dandy” y remata así:

“(…) Cuando hacías equipar un espacio de decoración, un taller o una tienda por los electricistas y luego llegabas a decir: “No tengo ninguna idea el día de hoy, no vamos a rodar”, y los tipos desmontaban el equipo, ¿Nunca te vino a la cabeza la idea de que esos obreros se sintieron completamente inútiles y despreciados, como el equipo de sonido que esperaba en vano a Marlon Brando dentro de un auditorio vacío en Pinewood, durante un día entero?”

 

 


 

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