Iniciado en la literatura bandoleresca por el acto mismo (el de robar) Arlt nos introdujo, de una vez y para siempre, en una literatura descarnada y cruel. A contramano de todos aquellos que escribían en su época, sin casarse con ningún grupo literario del momento, construyó una obra solitaria que ha pasado a ser ineludible en el canon literario argentino.
Esto; para alguien que vivió pasando penurias económicas casi toda su vida y que se enfrentó permanentemente con una crítica que lo señalaba como una especie de bestia; hubiese sido impensado y es hoy indiscutible. Podemos pensar a la hora de armar un canon de los imprescindibles de la literatura nacional en aquellos que más nos gustan y cuando nos sentemos a armar digamos unos cinco o unos diez nombres con una pretensión baladí de explicar doscientos años de literatura aparecerán muchas divergencias entre quienes opinen. Algunos agregaran a Abelardo Castillo, otros sacaran a Cortázar quizás, hay quienes no querrán reconocer en la prosa de Sarmiento a una de las mejores prosas del siglo XIX y posiblemente por filiaciones políticas incluso ignoraran categóricamente la poderosa obra de Leopoldo Marechal. Hay, sin embargo, dos nombres que se siente quien se siente siempre estarán allí: Borges y Arlt.
Es entendible que Borges sea intocable en algunos sentidos dentro del panorama literario argentino. Nadie volvería a partir las aguas de tal manera como él. Probablemente como no habrá en el futbol otro Diego Maradona podemos decir casi con certeza que Borges hubo uno solo. La forma de refundar e insertarse en las distintas tradiciones literarias; recuperar géneros pretendidos menores; renarrar bajo otro ángulo algunas de las grandes temáticas de la literatura (el traidor y el héroe, lo divino, los sueños, la inmortalidad y la muerte, etc.) e imponer un gusto personal como una verdad universal son todas cosas que solo él pudo realizar. Carlos Gamerro dijo a propósito de esto que, después de Borges, ya nadie pudo volver a pensar la literatura argentina salteándose su nombre. Esta allí, nos guste o no. Es un sinónimo más de lo que significa ser argentino dentro de una confusa cosmogonía que incluye deportistas, personalidades de la cultura y políticos en un mismo panteón.
Pero el otro, discutido muchas veces y otras tantas puesto en tela de juicio incluso en sus habilidades mismas como escritor, ha permanecido allí de una manera misteriosa casi. Rescatado a lo largo del tiempo por gente tan disímil como Borges, Marechal, Saer, o Piglia; Arlt es una especie de huella imborrable en la literatura argentina. Es probable que desde los sesenta en nuestro país nadie discuta ya la capacidad literaria de Arlt (aunque siempre hay algún académico antediluviano) y en ese sentido solo recuerdo un escritor que haya dicho que Arlt escribía mal: Cortázar. Julio hizo el prólogo a las obras completas de Arlt como quien atiende al reconocimiento de un placer culposo. La innecesaria justificación para tomar distancia de una escritura que lo cautivaba y una pretensión pseudo académica le ganaron una virulenta diatriba en forma de ensayo que Castillo le dedico en “Desconsideraciones”. Cortázar escribió como disculpándose de que le guste Arlt, y además reflotó esa vieja pregunta sobre lo que significa escribir bien.
Irónicamente el canon salvó para la posteridad, de Cortázar, algunas obras que muy discutiblemente sean sus mejores páginas. Arlt en cambio permanece impasible, intocable. Leemos “Los siete locos” y “Los lanzallamas” y sabemos que estamos ante la presencia de una de las grandes obras literarias del siglo XX. En ella, como en cualquier gran obra, leemos a la comedia humana y sus desventuras; goces; perjurios e iniquidades. No sabemos cómo lo hizo, pero sabemos que Arlt edificó una serie de obras que se volvieron indispensables con el paso de los años. En su época los escritores que más se leían eran Gutiérrez, Lugones, Mallea y Martínez Estrada. Hoy, sacando nostálgicos como Martin Kohan o entendidos en literatura como Aira; ya no se lee a Mallea o Martínez Estrada. El público ha dejado de leerlos. Es probable que el malicioso lector me diga que el público ya no lee, sino que mira la nueva producción televisiva de Adrian Suar o alguna intrascendencia parecida, sin embargo no deja de llamarme la atención de que todos los años las colecciones de clásicos que llegan desde nación a los colegios secundarios incluyan la obra de Arlt y que todos los años en algún diario progre o gorila se los vuelva a editar una y otra vez, indistintamente de la posición social de un hijo de un inmigrante prusiano que quiso ser inventor y por puro azar o mera macanería cósmica se convirtió en uno de los intocables de la literatura argentina.
Arlt siempre será aquel que a caballo entre el bajo mundo y la cultura mayúscula este siempre poniendo en tela de juicio la forma en la que pensamos desde la literatura lo social, lo humano, lo político y por supuesto, lo literario.
CristianV

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