La negación traicionada: Contradicciones literarias de una cultura oficial

 “En América todo lo que no es Europeo es bárbaro”


                                     (Juan Bautista Alberdi. Bases) 

Hay un tema recurrente en las obras de casi cualquier pensador latinoamericano que puede rastrearse a lo largo de la historia y es el tema del pensamiento latinoamericano. La pregunta por la existencia de un pensamiento latinoamericano; de la posibilidad de una filosofía de este lado negado del mundo es tentadora. Especialmente después de la revolución Cubana y los movimientos de liberación del tercer mundo en las décadas del 60 y el 70. La respuesta a esa experiencia histórica desde el campo de la filosofía fue una afirmación rotunda. Había un pensamiento propio, pero ese pensamiento había sido sistemáticamente negado a lo largo de los tiempos.

El antropologo Rodolfo Kusch (1922-1979) va a tomar esta cuestión de la negación a través de la contraposición de dos figuras opuestas: Una vida ficticia (la de las grandes ciudades) emparentada directamente con el concepto de existencia inauténtica que manejaba Jean Paul Sartre en “El ser y la nada” (1943) y otra realidad subterránea, que percibimos y experimentamos apenas y es ni más ni menos que una verdad de fondo agotada en la esencia de lo que somos como Americanos (podríamos llamarlo categóricamente el ser Americano quizá). Habitamos, escindidos entre una verdad de fondo y una verdad de forma; para Kusch; la categoría del mestizaje.

La noción de mestizaje es una noción poderosa. Implica que América habite sobre los intersticios de una irracionalidad barbárica y una lógica racional, europea, blanca, imperial. La contradicción entonces no está dada en la existencia/inexistencia de un pensamiento o un modo de ser americano sino entre su existencia y su negación; entre su condición de posibilidad y la negación de todo lo que se constituya como representativo de ese ser.

Un caso paradójico pero muy ilustrativo al respecto de esto es el del mestizo (Incaico – hispánico) Garcilaso de la Vega, autor de los “Comentarios reales de los incas” publicado por primera vez en Lisboa en 1609 y que es el primer intento historiográfico realizado por un mestizo auténtico (Las crónicas de época y los relatos de viaje existían desde el momento en que Colón o Hernán Cortés comienzan los procesos de conquista del caribe y México) que recoge una crónica no ya de la conquista sino de las costumbres de los pueblos, el sistema de gobierno y las tradiciones del antiguo reino de los Incas. Más allá de que en el siglo XIX se lo haya cuestionado en su valor histórico por algunos pasajes de dudoso rigor histórico la experiencia de Garcilaso es interesante porque habitan en él mismo inclusive la sangre del habitante originario y la sangre del conquistador. La visión que trabaja Garcilaso no es una visión que deja de lado las contradicciones sino que convive con ellas, las recoge a lo largo de su obra donde apela por un lado al sentido purificador de la conquista Europea sobre estos territorios y por el otro no supera la dicotomía que el conquistador ha impuesto en la misma subjetividad del mestizo. Garcilaso mismo no deja de ver a los pueblos anteriores al Tahuantinsuyo (Imperio Inca) bajo los ojos del europeo, ya que llama a estos, redondamente, bárbaros. En ese sentido el imperio sirvió en la concepción de este escritor como un pasaje de un estadio de barbarie primigenia a una preparación para recibir “las luces” del continente europeo.

Sin embargo el texto hiede. Posee el hedor de lo americano en la concepción que Kusch maneja del hedor como la incomodidad que le genera a la civilización pulcra lo que apesta a americanismo porque ese texto de Garcilaso señala una cuestión histórica ineludible: Acá había gobierno, organización social, concepto de tradición histórica, literatura y pensamiento antes del europeo. Sabemos que la hipótesis es osada, pero no por eso menos lícita. Plantea lo espinoso del asunto. Si el gobierno es la racionalidad europea entonces… ¿Qué es exactamente la sociedad que está describiendo Garcilaso y que existe a posteriori de la conquista? Garcilaso es el fruto oscuro del continente negado. En el eclosiona por primera vez la marca de la barbarie, el pecado original del continente.

Faltaba, claro, mucho desde que Garcilaso se permite esa digresión histórica hasta que llegue Georg Wilhelm Friedrich Hegel y les niegue redondamente la historia a los americanos por considerarlos indignos de la misma e incapaces de toda expresión de pensamiento racional porque la razón habitaba en el sujeto europeo (y específicamente la cima del pensamiento tenía dos picos, el luminoso e inicial olimpo de los griegos y el tardío, romántico y tormentoso de los alemanes alimentados de la idea de lo absoluto).

Sin embargo en el pasaje de los siglos hay una dura batalla espiritual que se apareja con la guerra y la monstruosidad de la conquista. En américa se discute no solo el modelo de administración colonial ni el medio de producción que permita alimentar la enorme necesidad de metálico que la corona española le debía a los Fugger (como ya señaló Perry Anderson en “El estado absolutista” de 1979 en el capítulo dedicado a España) sino además la posibilidad de que los indios sean personas (y por lo tanto tengan almas inmortales como debatieron teológicamente los invitados a la junta de Valladolid en 1551) lo que planteaba un problema muy grave para la occidentalidad europea por dos motivos:

 1- Si la junta determinaba (como finalmente sucedió) que los americanos eran personas y no animales entonces esto implicaba que la grandeza de España se asentaba sobre la sangre de inocentes (Algo que preocuparía tanto a Fray Bartolomé de las Casas que propondría la filantrópica salida de reemplazar indios por negros importados como esclavos del África).

2- Si el americano era una persona y tenía alma también debía tener por lógica simple la capacidad de razonamiento tan negada ya que esta era según los doctos de la iglesia una de las capacidades del ser. Según la doctrina de Santo Tomas de Aquino dios le da al hombre la capacidad de razonar para que este pueda así comprender las maravillas de la existencia y entienda así la idea de Dios (hasta un cierto punto, claro está, porque el mismo Santo Tomas cortaba su aristotélico punto al momento en que las papas quemaban con eso de que los misterios de dios son incognoscibles y ahí cerraba todo el modelo).

Toda esta contradicción que habitó en el seno de los doctos de la iglesia en el siglo XVI fue trasladada lentamente a otras expresiones. La conquista brutal de los pretendidos civilizadores y la resistencia conmovedora y heroica de los supuestamente bárbaros ha hecho tambalear a más de uno de aquellos que registraban con la pluma el camino que se trazaba con las espadas de los soldados. Si el caso de Garcilaso era sorprendente porque cuestionaba que la noción de civilización pudiese partir exclusivamente de los conquistadores aún más sorprendente, y literario, el caso de Alonso de Ercilla que en su poema épico en versos endecasílabos retomaba y confundía aún más (por tratarse él de un español y nada menos que un paje de la corte de Felipe II) las categorías de civilización y barbarie.

Alonso de Ercilla relata en el poema La Araucana, compuesto entre 1569 y 1589 por partes, la historia de la guerra entre españoles y los Mapuches (cuya denominación española era Araucanos) por el territorio de Chile. Mezcla emulando a los clásicos las referencias (aunque no de modo apelativo) a las musas y las divinidades de la cultura clásica (por ejemplo Marte, el dios de la guerra aparece frecuentemente) abunda en los barroquismos de la época, ya que estamos entrando en las primeras expresiones de lo que va a ser el siglo de oro español; y por último muestra un bosquejo poético, enamorado, de las vidas de algunos de los caciques indios como Lautaro, Coló Coló y Caupolicán. Esos momentos poéticos donde olvida que él está de lado de los conquistadores es corregido por contraposiciones como la captura y la ejecución del terrible Pedro de Valdivia que sirven para demostrar desde una manera humanista que la barbarie y el exceso es algo propio de la guerra. Sin embargo, momentos como la muerte de Caupolicán, cacique muerto por empalamiento por la condena de Alonso de Reinoso llenos de emotividad y dignidad parecen hacer dudar el lado en el que se encuentra Ercilla.


Si bien la intención explícita del mismo es rescatar la historia de soldados olvidados en una guerra cruel y sin cuartel en un rincón inhóspito del mundo, “La Araucana” como todo monumento artístico a menudo deja entrever mucho más de lo que las intenciones de su autor quiere reflejar. Como tituló Goya a uno de sus grabados más famosos en 1799: “El sueño de la razón produce monstruos”. El monstruo que habita dentro de las páginas de La Araucana no es otro que el hedor de Kusch y la barbarie de Sarmiento, es la marca de lo americano irrumpiendo por las márgenes estrechas de la civilización occidental.

Llegamos entonces al anunciado Sarmiento. Nos guste o no, su análisis atraviesa la historia americana como un paradigma que durante muchísimo tiempo fue, precisamente como todo lo paradigmático, indiscutible. Nos acostumbramos a pensar las categorías que la derecha de Buenos Aires esgrimió como constante leitmotiv opositor de todo posicionamiento político popular y atento al orden establecido por las familias patricias que practicaron la hegemonía de nuestro país a lo largo de sus doscientos años de historia. El punto, claramente, es la salida política propuesta por el Sanjuanino. Ante la pregunta sobre América, para él la incógnita se resuelve de manera muy simple: El camino de la barbarie oscura y el salvajismo como lo naturalmente Americano lleva al exterminio (Si lo sabrán los comandantes de Mitre a esto que fueron muy consecuentes con la línea que trazó Domingo con la muerte del Chacho Peñaloza) La respuesta entonces es la asimilación de la cultura Europea. Abrevar en las aguas culturales del gran río civilizatorio nos permitiría despojarnos de aquella parte inherente a nosotros como americanos que debe morir porque en ella anida el salvaje, el gaucho, el indio, y el apego por la montonera y el desierto. Kusch dice que en nosotros mismos opera esa negación de lo popular y esa afirmación de las categorías hegemónicas de la cultura occidental porque es lo que han trabajado sobre nosotros como discurso político.

Pero Sarmiento en su obra capital (y probablemente más atravesada de tirones y contracciones entre lo popular y lo culto; entre lo Americano y lo Europeo), su biografía sobre el caudillo cuyano Facundo Quiroga deja entrever el rasgo escindido de esa conciencia. Por un lado lo admira, por el otro lo condena. Opera en él lo que en Ercilla se insinuaba como un mero desborde de un poeta que se dejaba llevar en sus emociones. Si bien hay emoción de todo tipo en el Facundo, el problema de analizarlo en la dimensión que nos atañe es que en el opera la negación y a un mismo tiempo una afirmación de ciertos tipos que él mismo está tratando de condenar. Se ha discutido mucho sobre esa contradictio in adjecto donde le reconoce estudios pero lo trata de bruto; alaba su valor pero al mismo tiempo condena los momentos en donde lo exhibe. No pretendemos, ni mucho menos, dar una visión de Domingo Sarmiento arrepentido inconscientemente (eso es pasto de psicólogos) de lo que los designios de la civilización le dictaminan intelectualmente sino tomar la obra para ver en ella, y en él como escritor de ella como operan los momentos en que lo americano se cuela por la obra e irrumpe de manera terrible en su escritura. En toda La Araucana la contradicción no se vuelve pregunta jamás porque leemos desde los ojos del conquistador.

Tampoco en el “domesticado” Garcilaso; que asume el Tahuantinsuyo como una superación dialéctica (aunque él jamás lo llamaría así porque faltaba mucho para que Hegel traiga la fenomenología a la cancha)  de la barbarie primigenia de los habitantes de esa región del Perú para después tomar a la dominación Española como la superación histórica del Inca; existe la pregunta por el papel que América históricamente está llamada a cumplir. Aquí no hay integración alguna, solo mera negación de la cultura, la tradición, la religión y las costumbres sociales de un pueblo. Sarmiento en cambio se propone negar-afirmando. Para él hay cierto producto histórico que se ha agotado como formación (las montoneras) y debe ser borrado, pero eso no implica borrar todo. Para Sarmiento, como para Alberdi y para otros escritores de la generación que construyó el estado Argentino había que negar el pensamiento popular y construir uno nuevo, que asimile lo europeo en tanto aspiración cultural. 

Hasta acá los tres casos. Todos ellos ejemplifican tres casos de negación del ser en esta tierra y tratan de suprimir el hedor de lo americano por la pulcritud de lo europeo. Son claros casos de colonialismo intelectual, pero al margen de eso, poseen grietas por donde lo salvaje, lo bárbaro, lo oscuro del continente se filtra en su escritura incluso en contra de su voluntad porque como dijo Galeano en el ya clásico “Las venas abiertas…” la historia de nuestro continente negado es la historia de una dignidad que incesantemente resurge. Probablemente por eso aquí el ser se transforme en el estar, porque no existimos categóricamente sin el lugar que nos constituye, de manera indefectible, como lo que somos; unos traidores a la negación impuesta; unos, sencillamente, americanos.

 

CristianV


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