Toda una franja etaria de escolares Argentinos de los 90’ a esta parte hemos oído de Sábato. Lamentablemente esto no depende en muchos casos de nuestra voluntad sino, simplemente, de que forma parte del canon escolar. Habitualmente se utiliza su novelita “El túnel” que durante mi secundaria era una forma maravillosa de presentar pergaminos de lector. “Se leyó El Túnel, pucha, que profundo”, algo así.
Con el correr de los años y la muerte del autor salieron las ediciones económicas de su obra y quien escribe, que ya lo despreciaba por la teoría de los dos demonios, por la repugnancia del episodio de incomprensión frente a las clases populares que desnudó su conciencia pequeño burguesa (Se sabe que la caída del peronismo lo encontró a Sábato celebrando en Salta con anfitriones que descorcharon el mejor champagne para la ocasión. En un momento de la noche de algarabía Ernestito se dirigió a la cocina por más chupi y se encontró con una escena que lo desconcertó: las empleadas domésticas de la casa habían escuchado como ellos las noticias por la radio y lloraban, desconsoladas) y sobre todo por esa presunción de arrogarse en paladín de la cultura mayúscula en nuestro país. Algo que hace que los señores de apellido con alcurnia tengan sus obras en sus bibliotecas de roble y las señalen con afecto cuando quieran presumir que también conocen de literatura Argentina.
Pero hasta para mí; que me cuesta reconocer, que como todo lector soy juicioso e impávido a la hora de la condena; Sábato puede tener una idea buena. Hablo de una idea que no sea ni moralmente dudosa ni asquerosamente gorila. Una idea de las que pueden agradarme a mí, un negro ilustrado: La de enseñar literatura al revés.
La idea está en el libro “Apologías y Rechazos” de 1979: “Casi jamás el profesor corriente puede llegar a los últimos capítulos [de la historia de la literatura] o como se dice en la jerga, no puede desarrollar el programa con lo que los chicos se quedan sin conocer a los escritores contemporáneos, que son los que mejor podrían hacer prender en su espíritu el amor por la literatura, porque son los que hablarían en un lenguaje más cercano a sus esperanzas y angustias; motivo por el cual habría que enseñar literatura al revés, empezando por los creadores de nuestro tiempo para que más tarde el alumno pueda apasionarse por lo que Homero o Cervantes escribieron del amor y la muerte.” (Ernesto Sábato, 1979/2003, p.90).
Me cuesta atribuirle la originalidad de la idea, pero por otro lado en la literatura; ya lo dijo Borges; nadie es original. Discutimos un puñado de ideas que si se las mira bajo una buena lupa no son siempre más que las mismas una y otra vez a lo largo de los siglos, desde diferentes enfoques y ángulos. Pero concedámosle en este caso la posibilidad de que lo que enuncie sea verdaderamente novedoso sin hacer exegesis ni antología de otros autores anteriores. La novedad, claro está, no es enunciar algo por primera vez, sino la posibilidad de que esto se concrete.
Nos acostumbramos (los que somos docentes, o caminamos a serlo) a pensar en función de la construcción de un recorrido de lecturas interconectadas que muchas veces terminan conformando más nuestra pretensión de cultura obligatoria que las necesidades reales en el aula.
En un país donde la educación ha sido tan castigada y bastardeada como la Argentina tirarles como me tiraron a mí en mi paso por el fallido polimodal “El mío Cid” es un despropósito. El pibe cuanto menos te lo tira por la cabeza. Recuerdo que en mis años de secundaria no llegábamos a revolear nada al profesor pero si redondamente a quejarnos. ¿Qué demonios tenía que ver con un chico pobre del conurbano Bonaerense un señor que andaba cabalgando por tierras de aceituna descabezando moros con una espada? ¿Y qué carajos era un moro?
Ahora, hay una realidad que es que la literatura (al menos la buena literatura) siempre dialoga con otros libros. Esto no es una revelación sorprendente si tenemos en cuenta que los prólogos o las solapas de los libros están pobladas de autores que son la referencia de nuestra momentánea lectura (imposible olvidar aquí al “salvaje” Roberto Arlt citando el “Ulyses” de Joyce en el prólogo de “Los Lanzallamas”). Considerando eso y aplicando toda esa sarasa de la interconectividad de los textos escolares ¿No sería interesante trabajar, por ejemplo, la cosmovisión épica partiendo de escritores que manejan al menos un código lingüístico más cercano al de la juventud? ¿No sería mucho más interesante que usar a Lugones, usar a Samanta Schweblin que incorpora palabras como “internet” o “tablet” en sus escritos?
De todas las ideas que Sábato propuso a lo largo de su vida conocí solo unas pocas, de esas pocas ideas esta siempre me pareció de una coherencia vital extraordinaria.
CristianV

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